BOCKEMÜHL, MICHAEL
Como una persona ciega podría ver el mundo si de repente se le devolviera el don de la vista, así es como podríamos describir el efecto que las pinturas de William Turner ejercen sobre el observador. John Ruskin, el intransigente defensor de Turner en el siglo XIX, aludió a esta idea cuando habló de una "inocencia del ojo" que percibía los colores y las formas del mundo antes de poder reconocer su significado. Pero para desarrollar tal estilo, William Turner (1775-1851) primero tuvo que superar el legado de las enseñanzas académicas del rococó tardío. Era simultáneamente romántico y realista y, sin embargo, trascendió ambos estilos. Sus paisajes, muy adelantados a su tiempo, han sido considerados precursores del impresionismo, pero también poseen rasgos que influyeron en el expresionismo, y muchas de sus últimas composiciones son innegablemente surrealistas. El arte de Turner no puede estar sujeto a tales clasificaciones y sigue siendo una rareza en la historia del arte incluso hoy. Su obra surge de una relación única con la naturaleza que representa: a través de sus brillantes bocetos, encontró una pintura rigurosamente abierta en la que la naturaleza deja libre el uso del color. Y a través del funcionamiento de los elementos naturales, especialmente la luz atmosférica, Turner confrontó la naturaleza en el punto en que la naturaleza misma es una imagen. Este libro abre a la vista las pinturas de Turner, demostrando que no estaba simplemente ilustrando la naturaleza, sino que sus imágenes hablan directamente al ojo como lo hace la naturaleza misma: a través de un mundo de luz y color.